Sangre. Sangre
por todas partes. Sangre que se arremolina por el suelo, que resbala por las
escaleras de piedra, alejándose de su antigua propietaria y que traza extraños
patrones, dibujando una espiral. Sangre que no solo lleva consigo la vida de su
dueña, tendida a pocos pasos a los pies de un altar de piedra, sino que lleva
también desgracias y miles de muertes: el fin de una era. El fin del mundo.
Silencio. Silencio atronador, cargado de dudas y de
miedos, de triunfo y de derrota, mientras contemplan lo que han hecho sus
manos. Susurros que lo quiebran, que destruyen la esperanza, que desvelan la
traición y la derrota. Palabras que resuenan en una mente tribulada: Lo has hecho. El peso de sus actos,
aunque inconscientes, lo derriba. Lo has
liberado.
Golpes. La puerta se abre, mientras la sangre sigue
su curso, dibujando y liberando lo que nunca debió ser liberado. De pronto todo
sucede muy deprisa. Traición, grita
su mente. Venganza, clama su sangre.
Un solo gesto, retenerla con sus manos, y ambos pueden ver la luz que brilla
por un instante para luego extinguirse, la desaparición de la traidora. El golpe
de su cuerpo contra el suelo.
Miradas que se cruzan. Terror, revulsión, miedo.
Acusaciones mudas que vibran en el aire. Dos palabras.
-Lo siento.
Luz. Comienza en el centro, lo inunda todo junto con
un zumbido. Luz brillante que traerá las Tinieblas. Manos que se buscan, que
finalmente encuentran el brazo ajeno en un vano intento de confort.
-Viene.
Sangre. Silencio. Luz. El Principio del Fin.
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